Cada persona tiene un tipo de piel diferente, con unas necesidades específicas. No puede tratarse del mismo modo una piel grasa y con tendencia al acné que una piel seca o envejecida. A la hora de elaborar nuestros cosméticos debemos tener en cuenta este hecho y optar por la fórmula más indicada.

Un cosmético puede presentar las siguientes bases dermatológicas:

  • Cremas: se obtienen por emulsión y se caracterizan por ser fórmulas espesas, con una textura semi-sólida y de absorción lenta. En su fase acuosa pueden tener un 60% – 70% de agua (esta proporción es fundamental para que el resultado sea homogéneo). Las cremas son muy humectantes y fáciles de aplicar. Retienen la humedad de la piel impidiendo que se reseque y, por este motivo, son posiblemente la fórmula cosmética más empleada.
  • Lociones: se diferencian de las cremas por tener una textura más ligera. Contienen un 70% -80% de agua y se absorben rápidamente por la piel sin dejar rastro oleoso. Su función principal es la de hidratar, y están indicadas para pieles normales y mixtas pero no ofrecen tan buen resultado en pieles secas.
  • Ungüentos: son una de las fórmulas farmacéuticas más antiguas. Se caracterizan por su composición grasa (no necesitan fase acuosa en su elaboración). Su textura es semi-sólida (más densa que la de las cremas) y pueden ser tanto remedios medicinales como cosméticos. Están indicados, especialmente, en el caso de pieles muy secas o descamativas.
  • Pomadas: son muy similares a los ungüentos. Al igual que ellos tienen gran cantidad de grasas y poca agua. Son emolientes, hidratantes y refrescantes. Se utilizan principalmente en fórmulas farmacológicas y también para hidratar la piel muy seca.
  • Geles: se caracterizan por la ausencia de viscosidad. Se funden inmediatamente al entrar en contacto con la piel. Están especialmente indicados para personas con el cutis graso o tendencia al acné. Por su efecto refrescante, es habitual que los cosméticos de cuidado corporal utilicen esta textura.