¿Sabías que en los meses de invierno es mucho más difícil mantener nuestro peso habitual? Las bajas temperaturas y las inclemencias climáticas tienen la culpa de que pasemos más tiempo en casa y las actividades al aire libre se reduzcan. Este y otros motivos son la causa de que en enero la báscula nos gane la partida, pese a los buenos propósitos de ponernos en forma que nos marcamos al comenzar el año.


¿Por qué engordamos en enero? Por hábitos poco saludables que repetimos con demasiada frecuencia.

Comemos menos frutas y verduras.

Con el frío, las frutas y hortalizas parecen menos tentadoras que las frituras y los guisos. Las frutas enteras tienen fibra y nutrientes como la vitamina C y el azúcar que contienen es mejor para nuestro metabolismo que el de fuentes procesadas.

Lauri Wright, nutricionista y especialista en Salud Pública para la Academia de Nutrición y Dietética de Florida, explica que «el azúcar en la fruta y el azúcar añadido no son la misma cosa». Hay muchos tipos de azúcar. La fruta tiene tres tipos: fructosa, glucosa y una combinación de ambos que se llama sacarosa o «azúcar de mesa». Pero los azúcares presentes en la fruta son menos densos que los de las golosinas y por lo tanto más saludables que los que proceden de otras fuentes. Por ejemplo, una lata de gaseosa tiene unos 40 gramos de azúcar, pero carece de proteínas, minerales o fibra. En cambio, una porción de fruta no suele tener más de 20 gramos de azúcar pero también nos aporta vitaminas, fibra y carbohidratos.

Si queremos reducir el consumo de frutas en invierno, cuando prácticamente no hay fruta de estación, podemos aumentar el consumo de verduras. Las verduras también son una buena fuente de vitaminas y minerales. Por ejemplo, el brócoli o el perejil tienen tanta vitamina C como la naranja, mientras que los cereales y legumbres tienen un alto contenido en vitamina B.

Falta de motivación

El descenso de luz solar produce una caída de la serotonina, haciendo que nos sintamos más tristes y recurramos al chocolate y a los dulces para levantar el estado de ánimo.

Aún en los días nublados, conviene tomar el sol durante al menos una hora para evitar los efectos del trastorno estacional. Sube las persianas de tu cuarto y deja entrar la luz por las mañanas, verás que aunque haga mal día evadir la sensación de encierro mejora tu humor.

Poca o nula actividad física

Es un hecho que en invierno hacemos menos ejercicio de lo habitual. A la larga, la falta de actividad física siempre se refleja en un aumento de peso y pérdida de masa muscular. Recuerda que practicar ejercicio no es sólo una cuestión estética. El sedentarismo aumenta el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares, hipertensión o diabetes. Además, está demostrado que hacer ejercicio en invierno es una forma fantástica de fortalecer nuestro sistema inmunológico. ¡Una razón más para mantenerse en movimiento!

Deshidratación

En verano, el calor nos obliga a beber agua constantemente, pero en invierno este consumo desciende a veces hasta la mitad. Aunque la deshidratación sea mínima, produce una sensación similar al hambre. Muchas veces creemos estar hambrientas cuando en realidad, lo único que el organismo necesita es agua.

Hazte el propósito de beber al menos dos litros de agua al día (lo equivalente a ocho vasos de agua). También puedes tomar caldos, infusiones y té caliente para sobrellevar las bajas temperaturas.

En resumen, es cierto que en invierno tenemos una tendencia a subir de peso por todos estos factores que juegan en nuestra contra, pero podemos desafiar al cambio de estación con una actitud positiva poniendo el foco en el cuidado de nuestra salud.