No hay duda de que el cuidado de la piel es importante en cualquier etapa de la vida, pero si cabe lo es todavía más a partir de los cuarenta años.
Normalmente asociamos el cuidado de la piel con su capa más externa, la epidermis, que es la que podemos apreciar a simple vista. Pero además de la epidermis, existen otras dos capas: la dermis (formada por fibras nerviosas, glándulas sebáceas o vasos sanguíneos) y la hipodermis (constituida principalmente por células grasas cuya función es ayudar a conservar el calor en el cuerpo).
El envejecimiento de la piel se produce en el tejido conectivo, es decir, la capa que sirve de unión entre la dermis y la epidermis, llamada por algunos dermatólogos «piel verdadera».
Esta capa está constituida en un 70% por colágeno, una proteína que tiene la capacidad de retener agua. Cuando somos jóvenes la piel presenta una apariencia suave y flexible y esto se debe en gran medida a su buen nivel de hidratación y al buen estado de las fibras de colágeno y elastina. Pero con el paso del tiempo los procesos de regeneración celular se vuelven cada vez más lentos. La piel se ve expuesta continuamente a factores ambientales que provocan su deterioro, pero ya no es capaz de repararse tan rápido como lo hacía antes.
Los primeros signos del envejecimiento son: sequedad en la piel, falta de luminosidad en el rostro o aparición de manchas cutáneas. Comenzamos a notarlos alrededor de los cuarenta años, aunque dependiendo del tipo de piel y del estilo de vida, podrían hacer acto de presencia algunos años antes.
A partir de los cincuenta con la llegada de la menopausia y la caída de estrógenos, la pérdida de colágeno y elastina se vuelve aún más acusada y es posible que comencemos a notar algunas señales más evidentes de envejecimiento cutáneo como pueden ser la flacidez facial o la aparición de arrugas.
¿Qué es el exposoma?
El epidemiólogo celular y actual director de la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer, Christopher Wild, acuñó en 2005 el término «exposoma» para referirse al conjunto de exposiciones que recibe un individuo a lo largo de su vida. Según afirma el experto, tan sólo el 25% de las afecciones cutáneas se deben a causas genéticas, el resto están provocadas por el exposoma.
A pesar de que el envejecimiento de la piel es inevitable, podemos retrasarlo si minimizamos nuestra exposición a estos factores:
- Radiación solar: es la principal causa del fotoenvejecimiento cutáneo. La exposición a los rayos solares de forma prolongada o sin protección daña de forma prematura las fibras de colágeno y elastina. Una piel fotoenvejecida tiene un tono irregular, dilatación superficial de los pequeños vasos sanguíneos (telangectasias), se siente áspera o incluso puede presentar arrugas a una edad temprana.
- Tabaco: es uno de los peores enemigos de la piel ya que impide que esta se oxigene. Además disminuye los niveles de vitamina A en el organismo que es indispensable en los procesos de regeneración celular.
- Contaminación ambiental: al exponernos de forma continuada a la polución, como sucede en muchas grandes ciudades, disminuyen los niveles de vitamina E presentes en nuestra piel. Esto provoca que el cutis se deshidrate y puedan manifestarse problemas de hipersensibilidad cutánea como eczema o urticaria.
- Cambios bruscos de temperatura: provocan la vasoconstricción de los capilares en la capa más superficial de la piel. Afecta sobre todo a las pieles sensibles o frágiles.
- Estrés y falta de sueño: el estrés afecta (y mucho) a la salud de la piel. Cuando estamos nerviosas se dispara la producción de algunas hormonas relacionadas con la producción de sebo. Periodos largos de estrés pueden empeorar la condición de los cutis propensos al acné. El no dormir las horas necesarias hará que tengamos ojeras oscuras al día siguiente. A largo plazo, puede acelerar el envejecimiento ya que los procesos de regeneración celular tienen lugar durante las horas de sueño.
- Mala alimentación: las carencias nutricionales pueden reflejarse en el estado de la piel y del cabello. Es aconsejable llevar una dieta variada en la que no falten vitaminas, minerales o proteínas.
¿Cuándo empezar a usar una crema antiedad?
¡Es una buena pregunta! Normalmente cuando vemos cremas antiarrugas en perfumerías o centros comerciales pensamos que este tipo de productos son para mujeres de cincuenta años en adelante. ¡Gran error! Las cremas antiarrugas, como su nombre indica, son para prevenir las arrugas la mejor edad para empezar a usarlas es a los 35 años, o incluso antes si tenemos la piel maltratada, seca o sensible.
¿En qué se diferencia una crema antiedad de otro tipo de cremas?
Todas las cremas cosméticas tienen como finalidad hidratar y nutrir la piel, pero las cremas antiedad no sólo nutren e hidratan, también son capaces de acelerar los procesos de regeneración celular cuando el metabolismo se vuelve más lento.
Composición de una crema antiedad.
Estos son algunos ingredientes frecuentes en las cremas antiedad:
- Ácido hialurónico: una sustancia que está presente en nuestra piel de forma natural y que tiene una gran capacidad para retener el agua. Su uso está extendido desde hace años en la elaboración de este tipo de productos cosméticos.
- Coenzima Q-10: varios estudios han demostrado su eficacia para combatir las arrugas y la pérdida de firmeza.
- Retinol: es la vitamina A en forma de activo cosmético, un poderoso regenerador celular que estimula la producción natural de colágeno y elastina.
- Alfa – hidroxiácidos (AHA): son moléculas hidrosolubles que ayudan a eliminar las células muertas superficiales favoreciendo su renovación por otras células nuevas y sanas.
- Aceite de Argán: conocido por sus virtudes cosméticas para combatir la sequedad y la presencia de arrugas.
- Niacinamida: es la vitamina B3 soluble en agua. Se utiliza mucho en tratamientos antiacné por lo que abunda también en los productos cosméticos para pieles jóvenes, pero posee además otras virtudes cosméticas. Estimula la producción de ceramidas, indispensables para mantener el manto lipídico de la piel impidiendo que esta se deshidrate. Además, tiene un efecto despigmentante.