pseudo-yoga

La popularidad del yoga ha crecido de una forma asombrosa en la sociedad occidental del siglo XXI, convirtiéndose en toda una tendencia capaz de captar más y más adeptos.



Muchas personas encuentran en la práctica de las asanas (nombre sánscrito con el que se conocen las posturas) una forma de vencer al sedentarismo y al estrés.

Los beneficios del yoga para la salud han sido ampliamente documentados. Un estudio de la Universidad de Harvard afirma que tiene una influencia positiva en pacientes hipertensos. Esto llevó en su momento a la Administración de Obama a incluir el yoga en la cobertura sanitaria pública para mayores de 65 años.

Otras investigaciones señalan además su efectividad para mejorar los síntomas de la ansiedad y la depresión. No en vano el yoga está considerado Patrimonio Universal por la UNESCO con la celebración de un día mundial cada 21 de junio.

Este reconocimiento y su rápida expansión en la sociedad occidental, han provocado que el yoga se convierta en terreno fértil para que muchos pseudoterapeutas construyan sus negocios alrededor de esta práctica. Algunas escuelas e instructores de yoga publicitan también en sus centros tratamientos de acupuntura, osteopatía, medicina tradicional china o quiropraxia. Pero ¿son profesionales acreditados en estos campos? Muchos alumnos no llegan a plantearse dudas y se someten a estos tratamientos ignorando que tal vez no tengan ningún impacto positivo sobre su salud y se trate solamente de un timo para sus bolsillos.

Apropiación cultural, religión y culto al cuerpo: no tienen que ver con el yoga.

El yoga nació en el Valle del Indo alrededor del 3000 a.C., en un lugar donde hoy se sitúa la frontera entre la India y Pakistán. Allí surgió una filosofía basada en la búsqueda de la introspección que arraigó y evolucionó en los pilares del hinduismo, basándose en el culto al primer yogui: el dios Shiva representado en la postura de la flor de loto.

A lo largo de los siglos se expandió también a otras regiones del subcontinente indio, encontrando su espacio en cultos como el budismo o el jainismo.

Para muchos occidentales, parte de la magia del yoga consiste en conocer la cultura hindú: la música de sitar, el mantra om o las mandalas.

Ya en el siglo XIX intelectuales como Voltaire, Schopenhauer o Thoreau se sintieron fascinados por las enseñanzas e iconografías del yoga.

Después de la Primera Guerra Mundial, surgieron en Europa una serie de movimientos contra-culturales basados en la búsqueda de la paz interior y la armonía con la Naturaleza. El interés del hinduismo como cultura milenaria crece entonces en una buena parte de la burguesía occidental.

Esta atracción hacia el yoga como algo exótico, ha ido alejando esta disciplina de su tradición oriental. Hasta hace muy poco la cultura hindú no se estudiaba de forma rigurosa en Occidente y esto ha llevado a su vez a que el yoga se convierta en un caldo de cultivo para que sanadores, tertulianos y charlatanes de todo tipo afirmen estar en posesión de conocimientos misteriosos.

Por otra parte, historiadores como Marc Singleton y James Mallison, de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres, sostienen que algunas posturas tan habituales como la uve invertida (adho mukha svanasana) o el famoso saludo al sol (surya namaskar), proceden de la expansión de la gimnasia sueca en el siglo XIX, cuando se convirtió en la práctica física adoptada como entrenamiento por el ejército indio.

¿Hemos occidentalizado el yoga?

Para responder a esta pregunta sólo hay que echar un vistazo en Instagram: celebrities e influencers del mundo del fitness presumen de sus esbeltos cuerpos practicando yoga. Sin embargo, el yoga no tiene nada que ver con el culto al cuerpo, de hecho es todo lo contrario a la afirmación del ego. Tampoco es patrimonio de ninguna religión concreta y hay que huir de cualquier tipo de dogmatismo que nos intenten imponer los gurús del momento.

Su razón de ser es conseguir la paz interior y por eso es un valioso regalo que la cultura hindú ha ofrecido al mundo. Cuidémoslo.