“Los diferentes trastornos del sueño presentan una frecuencia diferente entre ambos sexos”, argumentan la neuróloga Cristina Fernández García y la neurofisióloga Sonia Montilla Izquierdo de la Unidad de Sueño del Servicio de Neurología del Hospital Sanitas La Moraleja en Madrid.


“Es más frecuente el insomnio entre las mujeres y los problemas respiratorios asociados al sueño afectan más a los varones. Además, y como bien saben las mujeres que viven con alguien del género opuesto, los cambios en los ciclos del sueño tardan más en aparecer en las mujeres que en los hombres”. Resumiendo, nosotras nos desvelamos más, pero roncamos menos. Lo que no significa que ambas patologías no se compartan, sino que la tendencia se inclina a que nosotras las padezcamos más.

¿A qué podemos llamar insomnio?

Insomnio, la temida palabra es una patología en toda regla. Se considera como tal “cuando una persona presenta dificultades para iniciar o mantener el sueño, acompañado o no de un despertar precoz, con una cantidad insuficiente o baja calidad del mismo, que afecta al estado de vigilia, es decir, durante el día”, aclaran las expertas.

Otro dato: no se trata de la cantidad de horas de sueño, pues hay quien duerme poco y está como una rosa y quien con más tiempo de lo habitual entre las sabanas se levanta completamente agotado. “En la mujer adulta”, comentan las especialistas, “el insomnio más frecuente se caracteriza por la dificultad para quedarse dormida y los despertares continuos. Suele tratarse de insomnio secundario, asociado a preocupaciones por sobrecargas familiares y laborales, lo que provoca ansiedad y otras alteraciones psicológicas”.

Ahí comienza una espiral que conduce al infierno. “La necesidad de encontrarse en perfecto estado durante la jornada siguiente agobia a la paciente que no duerme y la puede llevar al abuso de la ingesta de sustancias hipnóticas que agravan aún más el problema, en vez de solventarlo”. Un vía crucis al que se le añade un factor exclusivamente femenino: sus ciclos hormonales.

Progesterona a cuestas

Los vaivenes hormonales, concretamente los desequilibrios entre la cantidad de estrógenos y progesterona que pululan por nuestras venas, son los responsables de muchas de las alteraciones del sueño femenino. “Los estrógenos”, alegan las especialistas, “provocan una disminución del sueño REM, mientras que la progesterona provoca lo contrario: somnolencia”. Así, durante la mayor parte de nuestra vida fértil, estamos sometidas a una especie de montaña rusa con respecto a la calidad del sueño.

Durante el periodo premenstrual, los calambres musculares, la irritabilidad o el dolor de cabeza afectan también a la calidad del sueño y hay quien se despierta más por la noche que el resto y se levanta con la sensación de no haber descansado, con una enorme fatiga y agotamiento fisico.

Claro que también hay quien padece lo contrario: la hipersomnia, o necesidad de dormir más horas, debido a una calidad del sueño inferior a lo normal. Durante la menstruación, ocurre lo mismo, Pero, ¿y con la llegada de la menopausia? “El desequilibrio entre las hormonas femeninas”, corroboran las expertas, “suele provocar un insomnio asociado a los sofocos, la ansiedad, la irritabilidad y la depresión que con tanta frecuencia aparecen como síntomas de esta fase vital”. Además, son más frecuentes las alteraciones respiratorias y el síndrome de piernas inquietas. En la senectud, lo normal es dormir menos horas por la noche y sestear más durante el día. Siestas que conviene controlar para evitar que la calidad del sueño nocturno se vea afectada.

Aunque quizás el estado hormonal más significativo en la calidad del sueño sea el embarazo, ya que es el que mas etapas de alteraciones produce. Esta demostrado.

“Se refleja en un aumento de los niveles de progesterona durante el primer trimestre, que acarrea somnolencia diurna y fatiga; por la noche, el crecimiento del útero puede provocar dificultades respiratorias y mayor necesidad de orinar”, explican las expertas. Sin embargo, durante el segundo trimestre las cosas vuelven a cambiar y el sueño suele ser muy similar al de antes de la gestación; pero, con el tercer trimestre, todo se complica debido a efectos colaterales del embarazo: ardores, molestias generalizadas, calambres en las piernas… Después del parto, la madre tardara unos cuatro meses en normalizar su sueño, eso si el bebé se lo consiente y sale dormilón. Por eso, los episodios de mal dormir esporádicos no deben preocuparnos en lo más mínimo.

A estas alturas, todas sabemos que las sustancias estimulantes ingeridas por la tarde (como la cafeína, teína, taurina, etc.) pueden dejarnos los ojos como un búho toda la noche; que una cena demasiado tardia y abundante es fuente de sueño inquieto o que cambiar de habitación puede causar una noche casi en blanco.

Aprender a dormir

¿Cuando tiene que empezar a preocuparnos que el insomnio o cualquier otro trastorno del sueño se perpetúen? “Lo primero es detectar si existe algún factor que lo precipite (estrés, sustancias, emociones…) asi como adoptar una serie de medidas preventivas encaminadas a conseguir un sueño de calidad que permita un descanso adecuado, lo que se conoce como higiene del sueño”, aclaran las doctoras.

Mandamientos tan sencillos que no hay excusa para no cumplirlos antes de caer en la tentación de los fármacos. Entre los que nos implican directamente como insomnes: mantener horarios de sueño regulares, lo que supone acostarse y levantarse a horas similares, evitar las siestas de más 30 minutos y la exposición a la luz brillante a última hora de la tarde y por la noche si existen problemas para conciliar el sueño; además, alejarnos de los estimulantes de cualquier índole, incluso las emociones fuertes o el ejercicio físico extenuante, y de las cenas copiosas (tu figura, además, te lo agradecerá en el futuro).

Imprescindible realizar un ritual que nos induzca al sueño: tomar una infusión relajante, una ducha templada, escuchar chill-out, dar un breve paseo a la caída de la tarde… Y muy importante: no realizar tareas que impliquen actividad mental en la cama como contestar el correo electrónico, ver la televisión o leer. Deja la cama exclusivamente para dormir.

Entre de los factores que dependen del entorno circundante, que la habitación tenga una temperatura agradable, no haya ruidos, esté decorada con colores relajantes, la cama sea confortable, lo mismo que la almohada e intentar evitar los ambientes que no sean familiares. “Si, una vez cumplidos todos estos mandamientos, persisten los problemas durante unos días”, concluyen las expertas, “conviene consultar al médico familiar, que puede recetar algún medicamento que induzca al sueño; si todo ello no da resultado, entonces habrá que acudir al neurólogo”.